M-30 en Madrid, Palacios en marbella, autopista faraónica de Ibiza...
Hoy surge la noticia de que la UE expedienta a España por las obras de la M-30 en Madrid ya que están hechas sin un estudio medioambiental previo (osea, no es que se hallan pasado el estudio medioambiental por el forro, es que ni siquiera lo han hecho para poder no hacerle caso). En esta zona es donde se han encontrado los excrementos de lince ibérico, especie protegida (en teoría), y que la presidenta de la comunidad de Madrid, la señora Esperanza Aguirre, decía que esas cacas las podía haber puesto ahí cualquiera y que se seguía construyendo el proyecto.
Por otra parte tenemos la trama de Ibiza, una macroautopista de 8 carriles que separaría la isla en 2 literalmente y sin ningún beneficio superior a los maleficios que esto tendría, igualmente tenemos la especulación inmoviliaria por todo el litoral valenciano y más recientemente destapado el de Marbella (tantos ferraris para tan pocos conductores incitaron a la policía a sospechar de fraude). Pero el kit de la cuestión no es el desfalco de dinero, yo personalmente cuando pase de ser de los que se quejan de los que roban a ser de los que roban tendré un poco más de disimulo, me construiré mi mansión con piscina, robaré 5 millones de euros en un discreto maletín y a partir de ahí empezaré a gobernar para el pueblo.
¿Qué secreto se guarda en la trama de construcciones de España, el contrato para jovenes de Francia, en la guerra de
Cuando aparecieron las grandes máquinas, se pensó, lógicamente, que cada vez haría menos falta la servidumbre del trabajo y que esto contribuiría en gran medida a suprimir las desigualdades en la condición humana. Si las máquinas eran empleadas deliberadamente con esa finalidad, entonces el hambre, la suciedad, el analfabetismo, las enfermedades y el cansancio serían necesariamente eliminados al cabo de unas cuantas generaciones. Y, en realidad, sin ser empleada con esa finalidad, sino sólo por un proceso automático —produciendo riqueza que no había más remedio que distribuir—, elevó efectivamente la máquina el nivel de vida de las gentes que vivían a mediados de siglo. Estas gentes vivían muchísimo mejor que las de fines del siglo XIX.
Pero también resultó claro que un aumento de bienestar tan extraordinario amenazaba con la destrucción —era ya, en sí mismo, la destrucción— de una sociedad jerárquica. En un mundo en que todos trabajaran pocas horas, tuvieran bastante que comer, vivieran en casas cómodas e higiénicas, con cuarto de baño, calefacción y refrigeración, y poseyera cada uno un auto o quizás un aeroplano, habría desaparecido la forma más obvia e hiriente de desigualdad. Si la riqueza llegaba a generalizarse, no serviría para distinguir a nadie. Sin duda, era posible imaginarse una sociedad en que la riqueza, en el sentido de posesiones y lujos personales, fuera equitativamente distribuida mientras que el poder siguiera en manos de una minoría, de una pequeña casta privilegiada. Pero, en la práctica, semejante sociedad no podría conservarse estable, porque si todos disfrutasen por igual del lujo y del ocio, la gran masa de seres humanos, a quienes la pobreza suele imbecilizar, aprenderían muchas cosas y empezarían a pensar por sí mismos; y si empezaran a reflexionar, se darían cuenta más pronto o más tarde que la minoría privilegiada no tenía derecho alguno a imponerse a los demás y acabarían barriéndoles. A la larga, una sociedad jerárquica sólo sería posible basándose en la pobreza y en la ignorancia. Regresar al pasado agrícola —como querían algunos pensadores de principios de este siglo— no era una solución práctica, puesto que estaría en contra de la tendencia a la mecanización, que se había hecho casi instintiva en el mundo entero, y, además, cualquier país que permaneciera
atrasado industrialmente sería inútil en un sentido militar y caería antes o después bajo el dominio de un enemigo bien armado.
Tampoco era una buena solución mantener la pobreza de las masas restringiendo la producción. Esto se practicó en gran medida entre 1920 y 1940. Muchos países dejaron que su economía se anquilosara. No se renovaba el material indispensable para la buena marcha de las industrias, quedaban sin cultivar las tierras, y grandes masas de población, sin tener en qué trabajar, vivían de la caridad del Estado. Pero también esto implicaba una debilidad militar, y como las privaciones que infligía eran innecesarias, despertaba inevitablemente una gran oposición. El problema era mantener en marcha las ruedas de la industria sin aumentar la riqueza real del mundo. Los bienes habían de ser producidos, pero no distribuidos. Y, en la práctica, la única manera de lograr esto era la guerra continua.
El acto esencial de la guerra es la destrucción, no forzosamente de vidas humanas, sino de los productos del trabajo. La guerra es una manera de pulverizar o de hundir en el fondo del mar los materiales que en la paz constante podrían emplearse para que las masas gozaran de excesiva comodidad y, con ello, se hicieran a la larga demasiado inteligentes. Aunque las armas no se destruyeran, su fabricación no deja de ser un método conveniente de gastar trabajo sin producir nada que pueda ser consumido (...) En principio, el esfuerzo de guerra se planea para consumir todo lo que sobre después de haber cubierto unas mínimas necesidades de la población. Este mínimo se calcula siempre en mucho menos de lo necesario, de manera que hay una escasez crónica de casi todos los artículos necesarios para la vida, lo cual se considera como una ventaja. Constituye una táctica deliberada mantener incluso a los grupos favorecidos al borde de la escasez, porque un estado general de escasez aumenta la importancia de los pequeños privilegios y hace que la distinción entre un grupo y otro resulte más evidente. En comparación con el nivel de vida de principios del siglo XX, incluso los miembros del Partido Interior llevan una vida austera y laboriosa. Sin embargo, los pocos lujos que disfrutan —un buen piso, mejores telas, buena calidad del alimento, bebidas y tabaco, dos o tres criados, un auto o un autogiro privado— los colocan en un mundo diferente del de los miembros del Partido Exterior, y estos últimos poseen una ventaja similar en comparación con las masas sumergidas, a las que llamamos «los proles». La atmósfera social es la de una ciudad sitiada, donde la posesión de un trozo de carne de caballo establece la diferencia entre la riqueza y la pobreza. Y, al mismo tiempo, la idea de que se está en guerra, y por tanto en peligro, hace que la entrega de todo el poder a una reducida casta parezca la condición natural e inevitable para sobrevivir.
1984 - George Orwell
El truco no es otro que el poder dejar tontos perdidos a todos, así es más facil poder timar a la gente y que además se traguen que se estan haciendo las cosas por su bien. Estas practicas que se llevaban a cabo durante toda la historia de la humanidad en forma de guerra, y que la gente aceptaba como necesarias, ahora se llevan a cabo de otras formas y tratan de venderlas como necesarias (a exepción de los USA que siguen vendiendo guerras igualmente).
El truco esta en la cultura y en la educación, esta es la importancia de un sistema educativo saneado, el poder estar preparado para que otros no piensen por ti, gobiernen por ti, coman por ti, te disparen a ti y tu mueras por todos. De ahí la importancia de ir a votar y de ahí la importancia de la libertad de expresión para que la idea de todos no pueda ser callada por unos pocos. Pero sobre todo, la importancia de no quedarse callado ante las cosas que no te gustan. Expresa tu opinión, en el peor de los casos diras alguna gilipollez, te corregirán y serás un poco más sabio, siempre ganas.
Así que hazte un blog y ponte a escribir ya.
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